El título Pánico de dudas surge a partir de una broma que mi camarada —mi mujer— y yo utilizamos desde hace años para referirnos al Diccionario Panhispánico de dudas. Ambas somos unas frikis de la lengua española y acudimos continuamente a la Academia, o a cualquier autor que nos resulte serio, cuando entramos en pánico para resolver nuestras dudas. Y lo cierto es que el Panhispánico nos ha resuelto —y sigue resolviendo— tantas dudas y ha formado tanta parte de nuestro aprendizaje —conjunto y por separado— que usar nuestra broma como título de esta publicación me pareció tan apropiado como entrañable.
Quede por delante que ninguna norma de este manual ha sido invención mía, así como que los distintos libros consultados no opinan igual sobre determinados aspectos formales de la lengua, por lo que yo he incluido, en cada caso, la opción que más me satisfacía a mí. La razón de no exponer todas las opiniones es que no acabaríamos nunca, y con este manual no pretendo dar extensas explicaciones teóricas —para eso ya hay cientos de libros y especialistas a los que no creo que pueda igualar en la vida—, sino la de aunar en una publicación aquellos aspectos fundamentales que deben tenerse en cuenta para una correcta expresión oral y escrita en ámbitos formales, sobre todo escrita, ya que no abordo aspectos fonéticos y, además, soy una fiel amante del registro coloquial —y de su creatividad, contradicción, exageración, ambigüedad e ironía — en contextos orales e informales.
Cuando, allá por el año 2010, empecé a interesarme por la lengua y a comprar manuales fui anotando todo lo que no sabía. Obviamente, al principio era mucho; pero, después, a medida que iba leyendo manuales nuevos, se iban repitiendo muchos aspectos que conocía y ya sabía usar… Leyendo, copiando y practicando fui aprendiendo a expresarme cada vez mejor y a corregir errores (gramaticales, ortográficos, léxico-semánticos…) que no sabía que cometía.
Yo era de aquellas personas que decían «yo no tengo faltas de ortografía…». Seguramente, más de una persona pensó «ya…» —nótese el tono irónico— e incluso comprobó que no era cierto. Afortunadamente, no necesité que nadie me dijera «tienes faltas de ortografía» para darme cuenta de cuántas tenía y de lo mal que me expresaba cuando empecé a interesarme por la lengua —pero a interesarme de verdad—. Ahora, muchos años después, y con muchos libros de lingüística española leídos, releídos y estudiados, habiendo, asimismo, cursado un máster relacionado con la lengua y la literatura española y la mitad de la carrera de Filología Hispánica, me doy cuenta de cuánto no sé… Es curioso: aquí estoy ofreciendo mis conocimientos y avisando al posible lector, antes de que me lea, de lo mucho que ignoro. Pero, para la tranquilidad de cualquier valiente que quiera usar Pánico de dudas como punto de arranque de su andanza por el maravilloso mundo del español de España —o castellano—, como decía, ninguna norma de las que hay en este manual me la he inventado yo. Mi misión ha sido seleccionar todo lo que a mí me fue —y me sigue siendo— útil, desde un punto de vista práctico, para corregir errores habituales que pasan desapercibidos.
Esta publicación contiene cuatro partes: cuestiones ortotipograficas (normas ortográficas y tipográficas de escritura), cuestiones léxico-semáticas (forma de las palabras y su significado), cuestiones gramaticales (elementos y organización de los enunciados) y, por último, cuestiones de expresión escrita (elementos prácticos y útiles para mejorar la redacción).
No quisiera olvidarme de mencionar que, aunque la información que aquí se transmite es la norma culta del español de hoy, probablemente en un futuro —no muy lejano— parte de esta quedará obsoleta y ya no será correcta —de ahí que el español sea una lengua viva, ¡y que siga viva mucho tiempo!—. Asimismo, quiero excusarme por no indicar lo que he copiado literal de otras obras en las explicaciones: nunca pensé, cuando cogía mis apuntes, que algún día los adaptaría para publicarlos. No obstante, para subsanar la omisión, están todas las referencias incluidas en la bibliografía.
Como colofón a estas aclaraciones previas, me gustaría hacer una reflexión. Creo que debemos dudar de nosotros mismos… Estoy segura de que incluso los académicos lo hacen. A veces me he cruzado con personas que se consideran talibanas de la ortografía, y, si soy sincera, cuando alguien me expresa con rotundidad que tiene una escritura impecable, a mí me saltan las alarmas. Hasta el más impecable de los impecables comete errores y tiene dudas. Hoy en día, con WhatsApp, Facebook, Instagram, Twitter…, es fácil averiguar quién piensa que sabe más de lo que sabe. Ahora bien, escribir y hablar correctamente es importante, pero dependiendo del contexto en el que se produzca la comunicación un error importa o no importa en absoluto. Si un compañero de trabajo me manda un mensaje con faltas me hiere sobremanera —porque soy maestra—, pero si las faltas las tiene mi madre —que no terminó los estudios primarios— ni las veo. A mí me encanta que las personas a las que leo escriban bien, pero no voy a dejar de mandarme mensajes con amistades y familiares que no manejan la norma correctamente, ni voy a creerme nunca más lista que ellos —¡si supierais la de veces que he rechazado jugar una partida de Trivial con personas que no tienen estudios superiores reglados por miedo al ridículo…!—.
Sin más, comienza la aventura: he aquí todo lo que aprendí de algunos de mis mejores maestros —en las referencias bibliográficas hablo de todos ellos—.
Mari Carmen Bernal
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